Querido Antonio, querido Cas.
Desde que me llegó la noticia de tu muerte, recurrentemente vienen a mi mente las vivencias que compartimos aquellos años: Valladolid 1971-1974. Tan solo cuatro años. Entonces, cuando éramos jóvenes, cuando pensábamos que nos podíamos comer el mundo. Fuertes, generosos y valientes. Aquel mundo desapareció hace mucho tiempo, pero quedó su vivo recuerdo en el fondo de nosotros, como una promesa y también como un paraíso perdido. Nos reíamos de todo, de todos y hasta de nosotros mismos. No teníamos nada y sin embargo nos sentíamos como reyes. Entonces, Cas amigo, no considerábamos el poder académico, ni ningún otro poder. Éramos libres, entonces, amigo Cas, cuando tu buhardilla era un palacio suntuoso. Aquellos días de rebeldía, de libertad y de entusiasmo. Cuando no teníamos ni esposas, ni novias, ni nada más que nuestra cabeza y nuestras manos para sentirnos felices. Entonces, amigo Cas, en nuestra república de la libertad, de la transgresión y de la anarquía. Borracheras felices que acababan en la Estación. Conversaciones interminables, sobre física, filosofía, y sobre el amor, las mujeres y la muerte. Yo, esta tarde triste, me siento Homero cantando las hazañas de Ulises, héroe que fuiste para muchos de nosotros, héroe que se reía de sus propias hazañas. Todavía tengo “Las Investigaciones Filosóficas” de Wittgenstein, que junto con otros libros confiscaste, en nombre del conocimiento libre, patrimonio de la Humanidad, en la librería Foyles de Londres, allí a principios de los 70. Esta tarde pienso que sólo he quedado para rememorar a algunos de mis antiguos amigos, héroes que los dioses celosos se llevaron muy pronto. Héroes de la Odisea de mi vida, de una vida que a veces pienso que he vivido demasiado y que los mejores se van los primeros. Así, te imagino Ulises cruzando América con un amigo, becario Fullbright después de la guerra de Troya, USA-Argentina con parada en Méjico; o por la antigua Unión Soviética, buscando siempre la Ítaca perdida. Ahora recuerdo un escrito que hicimos juntos, contra el decreto sobre la creación de la Selectividad para el acceso a la universidad. Defendíamos que la selección, es decir, el juicio sobre la valía de alguien, había que retrasarlo lo máximo posible, para compensar lo que la cuna dio o no dio, y que como mínimo había que retrasarlo hasta la muerte. Que no, que no, y que acababa “¿Dónde está la bomba?”. Amigo Cas, entonces y después, he conocido a algunos de tus compañeros, y también a tu hermana Aurora, y más recientemente a tu mujer Elena, y todos te señalan como alguien que en la antigüedad se podía haber considerado como un héroe. Tu impresionante currículum científico, el número de citas de tus artículos, de tus doctorandos, de tus proyectos,... Entonces como ahora, tú te ríes. ¿Esos números pueden compendiar tu vida? Eso es lo que figura en Internet. Pero no es eso lo que figura en la memoria de todos los que te hemos conocido. Memoria en la que continuaras vivo. Sin ti amigo Cas, todos tus amigos hemos muerto un poco, y el universo ha perdido parte de su valor.